Llevo una semana escribiendo esto. Como cada año quise recordar los eventos más importantes de mi vida, pero continuamente me veía interrumpida por la palabra mágica "mamá" o por un silencio preocupante que me prevenía de alguna travesura: paredes pintadas con plumón; refrigerador vaciado; tuppers de comida abiertos sobre el piso; fórmula para bebé regada en la alfombra, y una de las últimas: ropa recién lavada en la taza del baño (porque a fin de cuentas es agua, ¿que no?, jajajajajaja). Además, debo reconocer que mi inspiración creadora estos días ha disminuido un poco. Creo que toda se me está yendo en arreglar, pintar y organizar mi departamento para que la chiquitina y yo vivamos mejor, pero aun así, no quería dejar de escribir.
Hace un año por estas mismas fechas estaba un poco molesta. Feliz porque acababa de ser madre, pero enojada un poco con las personas que me rodeaban, con tener que regresar a trabajar, con mis nuevas responsabilidades, con tener que acomodar horarios, con mi gordura... depresión post parto o no, a decir de mis amigas, me alejé de todo el mundo y porque no decirlo, estuve nefasteando un poco. Sólo quienes me conocen muy bien y me aguantaron muy de cerca, saben que no miento y que fue duro volver a ser quien era: alegre, dicharachera, feliz. ¡Me costó como seis meses y casi me les quedo sumida en la nefastez! Pero justo cuando mi pequeña cumplió un añito volví a la normalidad. Me parece que había quedado un poco traumadita con la prematurez y quería cerciorarme de que mi beba fuera fuerte y rebasará los "meses" de edad en los que yo la seguía viendo frágil. Pero esa etapa pasó y regresé corregida y aumentada.
2016 me trajo muchas enseñanzas, una de ellas, el verdadero valor de tener una familia unida y de la amistad. Mi hija sin duda crece en una familia rodeada de amor. ¿Cómo no agradecer por tantas aventuras juntos? ¿Por las comidas, las visitas al parque (en los que la pequeña siempre quiere ser como su primita mayor), los días de campo (sí, esa vez que no prendía el carbón y nos congelábamos), las grandes celebraciones cumpleañeras (porque ¡ah como nos gusta la pachanga!), por cada momento compartido. Termino el año con la fortuna de saber que mi nenita siempre tendrá manos que la ayuden y la levanten. Lo saben familia: los amamos con todo el corazón y esperamos seguir coleccionando buenos momentos.
¡Y que decir de mis amig@s! En mi locura post maternidad me peleé hasta con una de mis mejores amigas (Mumm-Ra la inmortal lo sabe). Pero, al paso de los meses me relajé, y me di cuenta que era muy afortunada de contar con personas valiosas a mi alrededor que aceptaron a la Gina "normal" de vuelta. Y no sólo eso, puedo presumir de varios reencuentros súper afortunados (mis amigas que siempre han estado ahí pero con quienes ahora comparto la dicha de la maternidad) y de nuevos encuentros llenos de gratas sorpresas (sí, aunque algunas personas hayan salido de un grupo de solteros de Facebook medio inmundo, pero ya conté ese chisme en otro post). Al final he conservado amigos nuevos y amigos viejos (en toda la extensión de la palabra mis queridos contemporáneos), amigos cercanos y amigos lejanos (uno de ellos está en Australia, ¿quiubo?) con quienes comparto, en quienes confío, con los que discuto, con los que paso buenos momentos y a quienes recurro en caso de emergencia. Recuerdo con mucho cariño las cenas, los tacos, los tragos semanales en "el Sonorense", las celebraciones cumpleañeras, un par de bodas, los conciertos, y hasta el "Manequin Challenge". Personas que he decidido que quiero que estén en mi vida muchos años más y si se puede, por siempre. A ustedes, que seguramente saben quienes son, gracias por estar presentes en mi vida y ahora en la de mi pequeña.
Como no todo es miel sobre hojuelas, este año también me topé con gente inmunda, abusiva y convenenciera. A ellos les digo: gracias porque ya no están y gracias porque de ustedes aprendí a soltar lo que no quiero en mi vida y en la de mi hija. Ya les dí RIP, como sólo yo sé hacerlo, pero por cualquier cosa, mejor no reaparezcan nunca, de favorcito.
Este año también aprendí que soy mamá (una muy feliz y orgullosa por cierto), pero que también soy mujer. Y esta mujer disfruta mucho salir sola, leer un buen libro, platicar con sus amigos, bailar (aunque no volvería al Asha) y recientemente, hasta ser "crafty" y cocinar (leve y con recetario, ¿eh?, no se me emocionen). Y vaya que el hecho de darme tiempo a mi misma no me hace mala mamá, al contrario, cada vez me convenzo más de que esos momentos solamente míos me hacen feliz, y una mujer feliz, sin duda es una madre feliz.
Por otro lado, como mujer soltera que soy, y muy a pesar de los estúpidos estereotipos que existen acerca de las madres solteras, debo reconocer que también disfruto salir con caballeros, conocerlos y compartir, en aras de satisfacer mi propia necesidad de tener pareja. ¿Ha resultado? Jajajaja, este año no precisamente, porque me topé con sujetos que de caballeros tienen cero. Sin embargo, aprendí a amarme más, a aceptarme y a reconocer mi valía. Entendí que no por estar acompañada debo bajar mis estándares y estar con personas que son social, cultural y emocionalmente muy diferentes a mí. Ahora si que he aprendido a ser "mamona" con mis selecciones. ¡Y vaya que me costó trabajo, lágrimas y hasta dinero hacerlo! Además, mi nena merece todo mi respeto, de forma que si algún día le presento a alguien no sea cualquier pelafustán. Y si ven que estoy metiendo la pata, les pido por favor que me den un cachetadon guajolotero (en el sentido figurado ¿eh?, no me vayan a dejar toda gacha y así menos).
2016 me trajo también muchas satisfacciones como mamá. Mi pequeña ningún día ha dejado de sorprenderme con sus pasitos traviesos que se escuchan presurosos por el departamento, con sus palabritas cortas, con sus abrazos y sus miradas llenas de amor. Justo ahora que escribo esto, se come un chocolate Ferrero Rocher que ella solita sacó de la caja (tengo un poco de temor de ver como logró esto y si no encontraré una revolución en la sala... Ya fui y ya regresé. Resulta que mi angelito se comió tres chocolates, ¡que venga la energía!). Este año la chiquitina empezó a ir a la escuelita, gateó y ahora ya hasta corre. Aprendió a decir mamá y a compartir. Sin duda, mi beba es mi mayor proyecto, mi mejor compañía y mi mejor maestra. Con mi pequeña he aprendido paciencia y tolerancia. He aprendido que debo disfrutar cada instante porque los días pasan rápido y eso, afortunadamente, incluye los malos momentos. Aprendí a amar incondicionalmente, y este sin duda, es el mejor y más puro amor que existe. Nunca me cansaré de decirle: "te amo mi pequeñuela, fuiste, eres y serás siempre una ganadora".
Definitivamente, 2016 fue un año de retos profesionales y personales. Viene un año que pinta para ser intenso en muchos sentidos, pero antes de que empiece, agradezco a Dios y a la vida por lo vivido. Recuerdo lo bueno y dejo atrás lo malo. Justo a través de estas letras lo estoy haciendo (y eso que según yo andaba con flojerilla de escribir, disculparán mi chorote mareador).
Ahora sí, mi pequeña y yo estamos listas para escribir el libro correspondiente al año 2017. ¡Felices fiestas y un gran gran año a todos ustedes!
Historias, crónicas y relatos de todo y para todos... ¿Y tú que guardas en tu maleta?
sábado, 31 de diciembre de 2016
viernes, 19 de agosto de 2016
#LadyCitas
*Post no apto para los susceptibles a las groserías y los acostumbrados a mi dulzura, porque hoy no escribo desde mi lado de mamá… aunqueeeeee... de todas formas soy un pinshi encanto, ¿verdaaaaad?*
Sé que mueren de ganas de saber
cómo carajos va mi vida amorosa (seguro no, pero es mi post... soooo...).
Pues les cuento que en el tema nunca he sido lo que se dice una chingona, pero
parece que desde que soy mamá pues menos. Independientemente de que estoy hasta
la madre de escuchar “Pero pues tú te
casaste como el Borras”, “Todo por acelerada”,
lo cierto es que ese asuntito está finiquitado y pues por eso me di el lujo de
volverme a poner en circulación desde hace algunos meses, porque el cuerpo y la
mente lo pedían a gritos (la neta).
Primero y como podrán ver en algún
post anterior, bajé una de esas aplicacioncitas con las que algunas amigas y
amigos la están pasando harto bien, y conocí a alguien. Uno de los tipos más
intensos que he conocido ever. No mala
persona, no loco, solamente intenso. Y pues dos intensitos, era evidente que
aquello iba a acabar con chispas y no precisamente de amor. Ya saben, hice un
pequeño dramita, solté unas lagrimitas y a otra cosa mariposa (porque mis lutos
duran poco, ¿como chingados no?).
El caso es que después de esa
experiencia, pero con mucho ánimo de repetirla, salí con un par de sujetos más.
De las peores dates de mi vida,
y que me hacían preguntarme una y otra vez “¿Que chingados hago
charlando con este sujeto?”. Así
que cerré la dichosa aplicacioncita para no volverla a abrir. “Pos ni que estuviera
tan necesitada”, me decía. Días después me enteré que esa aplicación al parecer tiene otra
finalidad. Adivinaron: tener sexo. Y yo no había tenido nada de nada, así que
hasta frustrada me estaba sintiendo... #OkNot
Entonces conocí al que denominaré
“el caballero”. Un tipo súper inteligente, con la mejor conversación y nada
guapo. Con él juré que inteligencia mataba carita y de paso cuerpo (porque está
bien que me gusten feos, fuertes y formales pero con este me la estaba
prolongando porque solo tenía lo formal). El caballero en cuestión me trataba
como reina. Y esta reina medio pendeja se empezó a clavar. Tache, tache, tache,
porque el sujeto había sido hiper claro cuando me dijo que no volvería a tener
una relación estable con nadie, lo cual era obvio después de tres hijos con
tres diferentes damas. Pero ahí seguía yo reservando mi salida semanal para el
dichoso caballero. Hasta que un día me confundió con su mejor amigo y me empezó
a platicar de todas las ladies que le gustaban. En ese momento el caballero
perdió toditito su encanto. Como me dijo una amiga que la neta si es bien
chingona para esto: “Cada vez que te diga
eso pregúntale si no tiene amigos y cuando el wey te conteste que porque lo
dices, dile que parece que no porque te está contando a ti de sus conquistas… y
no es que seas celosa, simplemente que aunque sean free, te interesa cero con
quien más esté saliendo”. Y es que a lo mejor estoy mal, soy old fashion, o
algo así pero de verdad ¿en qué cabeza cabe? O sea, tantito sentido común, ¿o
no? A mí jamás se me ocurriría contarle a un chico con el que esté saliendo,
aunque seamos free, mis aventuras con los otros dos, tres,
cuatro o decenas con los que estoy saliendo simultáneamente. Neta dudes, no mamen.
Búsquense un Club de Toby o algo.
Y hay de cosas a cosas. La otra vez
alguien me dijo en mi oficina: “Con esos ojos, sería
imposible decirte que no”. Obveeeeoooo se refería a unos documentos que yo
argumenté y que se tenían que firmar, no sean mal pensados. Pero después de que
me hizo ese comentario me dieron ganas de contarle mi triste historia del día
en que me friendzonearon (¿no que estos ojos lo podían todo?)
Así como se lee, literal, un buen día me aventé como gorda en tobogán y le
llegué a un dude que juro que me latía un chingo. Y
cual gorda en tobogán me di tremendo chingadazo. Quizá fue mi mood entre neta y no, que hizo parecer mi
propuesta una broma, pero me mandaron por un tubo directito y sin escalas, y
¿saben? así no se pinshis puede valedores.
Cuando pensé que ya por fin me
había salvado de los ligues nefastos y las frienzoneadas dolorosas, di con un grupito de Facebook,
dizque para conocer pareja. Después de recibir harto mensaje de sujetos que
defino como atascados (porque hasta para ser directos hay que tener clase, no
me chinguen) y detectar en el dichoso grupito a los y las todos y todas mías,
las y los exhibicionistas, las y los que a huevo quieren ser el centro de
atención porque el pinche ego se tiene que alimentar de algo, los machistas y
las intensas, me dije: “Ya basta (ahora sí)
de tanta pendejada”. Y me salí, porque hasta andar de vouyerista comenzó a darme flojera.
Cabe destacar además que si eres
mamá, la cosa se complica un poco. Muchos sujetines se llenan la boca diciendo
que “si quieres el
árbol quieres las ramas”. ¡Ay no mamen con sus frases hiper súper
clicheras! Me ríooooooo…. ¿Neta les cae? Porque a mí, amiguitos (ya que estamos
tratándonos como les gusta, como brothers), no me
engañan. En mi juventud llegué a salir con chicos que tenían unas hermosas
criaturas que, ¿porqué no?, me odiaban con odio jarocho y sus ojitos parecían
pistolas. Y estoy segura que mi muñequita por muy hermosa, sonriente y tipaza
que sea (porque sin duda lo es), será muy capaz de echarle ojos de “muérete” a quien
ose acercárseme. No es bromita, ya me pasó. Quiubo.
Así que como podrán darse cuenta,
he estado por demás, divertidísima. Parece que en estos tiempos las personas no
buscan estabilidad. No matrimonio, no anillos, no hijos, no vivir juntos…
simple y sencillamente estabilidad. Con toda certeza he estado buscando por los
medios equivocados, porque entre los que no quieren un compromiso, los que
quieren pero no se animan, los inseguros, los inmaduros y los golfos, de verdad
no se hace uno. Y antes de que intenseen, ojo, no digo que todos, solo algunos
(los que por pura cagada me tocan a mí básicamente #Medito).
Mejor les hubiera hecho caso a mis amigas que me decían: “Deberías ligarte al pediatra de tu beba, al fin y al cabo se llevan súper bien”. Al menos, me estaría ahorrando el costo de las consultas. #GadaMadre
Mejor les hubiera hecho caso a mis amigas que me decían: “Deberías ligarte al pediatra de tu beba, al fin y al cabo se llevan súper bien”. Al menos, me estaría ahorrando el costo de las consultas. #GadaMadre
lunes, 1 de agosto de 2016
Un año...
Querida guerrerita:
Hace un año, por la mañana, recibía una llamada de mi ginecóloga diciendo: "Gina, te veo en el Español en un par de horas, tus niveles se dispararon y tu riñón está empezando a fallar. Hoy vas a tener a tu bebé." Me espanté, me espanté muchísimo. Acababa de cumplir la semana 30 y me faltaban todavía, al menos, unas ocho.
Corrí al hospital donde intentaron por todos los medios bajarme la presión arterial. Solamente recuerdo que entraban y salían doctores de mi habitación hasta que me llevaron al quirófano. Los recuerdos que tengo son muy vagos. Sólo escuchaba: "Se le sigue subiendo la presión", minutos después seguido de un "Gina, ahí viene tu bebé". Creo que después de eso dormité un poco hasta que escuché un llantito y luego vi al neonatólogo mostrándome tu carita. Eras tan hermosa y tan pequeñita. Medio adormilada te di un beso y le dije al doctor: "Cuídemela mucho, es lo más importante que tengo". Eran las 10.40 de la noche.
Hasta el día siguiente supe que tu abuelita y tu tía se habían sorprendido mucho cuando vieron lo pequeña que eras y lo preocupadas que estaban por mí. Ese mismo día recibí la noticia de que estabas en la unidad de cuidados intensivos donde permaneciste 50 días. Naciste pesando 1.200 kg y perdiste peso hasta llegar a un kilito.
Fueron momentos muy duros. Nada me ha dolido más en la vida que salir del hospital y no llevarte entre mis brazos. Lloré mucho.
Así pasaron 50 días que a mi se me hicieron eternos. Poco a poco fuiste adquiriendo peso y comenzaste a comer primero a través de una sonda y después con una pequeña mamila. Sobrevivimos una infección causada por el cambio de catéter y varios sustos que nos dio la máquina que indicaba tus signos vitales.
Por fin llego el día que pude llevarte a casa. Ya pesabas dos kilitos y cuando te llevaba en mi regazo ni siquiera parecía que estabas ahí de lo pequeñita que eras. Fuiste recibida con gran emoción por tu abuelita, tus tíos y tu primita.
Así fue como comenzaron las aventuras a tu lado. Estuvimos varias noches sin dormir hasta que entendí que dormías mejor a mi lado que en la cuna y que te arrullabas mientras bailaba contigo en brazos. Aprendí a bañarte en una tina con pánico de que te resbalaras. Tenía que cambiarte el pañal en segundos, a riesgo de que te hicieras pipí sobre nuestra cama. Pasó algunas veces y sólo sonreías. Además me preocupaba que comieras tan poquito. Yo no tenía tanta leche y el biberón lo tomabas a fuerza, pues del esfuerzo solías quedarte dormida.
Recuerdo perfectamente la primera vez que fuimos al parque. Yo te cargaba con un fular morado y tu permaneciste dormida recostada en mi pecho. Tus tíos y tu primita te regalaron un globo de Minnie. Tampoco olvidaré nuestra primera navidad juntas (lloraste muchísimo y no entendía porqué... quizá era sueño, pero no te querías perder la fiesta), ni nuestra primera celebración de año nuevo (sospecho que ahí detestaste los comandos porque ese día te tapé muchísimo, aguantaste como las grandes la celebración en la terraza).
Tengo muy presente nuestro primer viaje. Fuimos a Cuernavaca y tu llorabas porque hacía calor. Sólo sonreíste cuando te quité toda la ropa y te dejé puesto únicamente el pañal. Tiempo después fuimos a Acapulco. El mar te dio miedo pero te gustó jugar en la arena y escuchar el ir y venir de las olas hasta que te quedaste profundamente dormida. Y nuestro primer día de las madres la pasamos en Tequisquiapan. Amé bailar contigo en la plaza y pasear por tantos lugares bonitos. Mucha gente me preguntaba: "Oye, ¿y no te aburres de ir sola con tu bebé?". Jamás se me hubiera ocurrido aburrirme, pequeñita pero una personita al fin y al cabo, que además siempre ha sido sumamente divertida.
Y que tal cuando empezamos con las papillas. Tenías seis meses y tu mamá moría de miedo. Aprendí que cuando tienes un hijo y empiezas a acostumbrarte a algo, de repente crece y tienes que adaptarte a los nuevos cambios. Probaste todo, y sí, odiaste los chícharos. No sé si cuando puedas leer esto aún los odies y se los quites al arroz, mientras haces un gesto de fuchi.
De estar todo en día en brazos, comenzaste a sentarte y poco después te incorporabas sola. Un día tu tía me dijo: "No la metas a la guardería hasta que se siente", y eso lo hiciste a la semana de su comentario. La guardería fue un gran paso para las dos, aunque me parece que para mí fue más difícil. Yo llegué llorando al trabajo y tú, fuerte y serena como eres, a la fecha no has llorado un solo día por ir a la escuelita. Estoy tan orgullosa de ti y de tus logros.
Un día, de repente, ya me reconocías y a la fecha, me lanzas tus brazos para que te cargue y me sigues gateando por toda la casa. Creo que sólo hasta que seas madre entenderás lo inmensamente feliz que me hace que me reconozcas, que sepas que te amo y te sientas segura a mi lado.
Recuerdo que en casa de tu abuelita te poníamos en tu sillita (de la cual ahora te bajas con gran facilidad) y ahí empezaste a balbucear: "Na, na, na, na"... Pensé que tu primer palabra sería "mamá", pero me equivoqué. Tu primer palabra fue "ten". Eso me ha hecho reír muchísimo. A pesar de ser un bebé, desde siempre has mostrado tu carácter fuerte y determinado y no importa si no me dices mamá, mientras me sigas abrazando por las noches.
También hemos tenido momentos terribles. Cuatro días hospitalizada por una infección gastrointestinal y una roséola precedida por altas fiebres. Y siempre, a pesar de las molestias, el dolor y la incomodidad, has sonreído. Y esa sonrisa derrite a cualquiera.
Podría decirte y contarte tantas cosas que han pasado este año... Pero lo que más deseo hoy y siempre es que cada minuto a tu lado se quede guardado para siempre en mi mente y en mi corazón. Quiero guardar siempre en mi cabeza tus pequeñas manitas traviesas, tus piececitos perfectos y tus ojos curiosos. Has sido una gran maestra, una extraordinaria compañía y la mejor hija que Dios pudo enviarme.
Algún día te contaré todas tus travesuras. Te platicaré sobre las veces que te me has caído de la cama (no soy perfecta, y si han sido varias), acerca el día que te incorporaste por primera vez lista para caminar, cuando te carcajeas por las noches que te hago cosquillas, la primera ocasión que te me lanzaste en brazos, cómo aprendiste a quitarte el pañal y a la fecha gateas por toda la cama escapándote para que no te lo ponga... Tantísimas cosas hermosas que recordar...
Por lo pronto, en este día, quiero desearte que seas muy feliz hoy y siempre mi nena, y que pase lo que pase, durante toda tu vida, esboces esa hermosa sonrisa que te caracteriza.
Te amo mi pequeña traviesa. ¡Vamos por otro año más de travesuras! Gracias, gracias, gracias por haberme elegido como tu mamá. Sin duda, soy muy afortunada.
Hace un año, por la mañana, recibía una llamada de mi ginecóloga diciendo: "Gina, te veo en el Español en un par de horas, tus niveles se dispararon y tu riñón está empezando a fallar. Hoy vas a tener a tu bebé." Me espanté, me espanté muchísimo. Acababa de cumplir la semana 30 y me faltaban todavía, al menos, unas ocho.
Corrí al hospital donde intentaron por todos los medios bajarme la presión arterial. Solamente recuerdo que entraban y salían doctores de mi habitación hasta que me llevaron al quirófano. Los recuerdos que tengo son muy vagos. Sólo escuchaba: "Se le sigue subiendo la presión", minutos después seguido de un "Gina, ahí viene tu bebé". Creo que después de eso dormité un poco hasta que escuché un llantito y luego vi al neonatólogo mostrándome tu carita. Eras tan hermosa y tan pequeñita. Medio adormilada te di un beso y le dije al doctor: "Cuídemela mucho, es lo más importante que tengo". Eran las 10.40 de la noche.
Hasta el día siguiente supe que tu abuelita y tu tía se habían sorprendido mucho cuando vieron lo pequeña que eras y lo preocupadas que estaban por mí. Ese mismo día recibí la noticia de que estabas en la unidad de cuidados intensivos donde permaneciste 50 días. Naciste pesando 1.200 kg y perdiste peso hasta llegar a un kilito.
Fueron momentos muy duros. Nada me ha dolido más en la vida que salir del hospital y no llevarte entre mis brazos. Lloré mucho.
Así pasaron 50 días que a mi se me hicieron eternos. Poco a poco fuiste adquiriendo peso y comenzaste a comer primero a través de una sonda y después con una pequeña mamila. Sobrevivimos una infección causada por el cambio de catéter y varios sustos que nos dio la máquina que indicaba tus signos vitales.
Por fin llego el día que pude llevarte a casa. Ya pesabas dos kilitos y cuando te llevaba en mi regazo ni siquiera parecía que estabas ahí de lo pequeñita que eras. Fuiste recibida con gran emoción por tu abuelita, tus tíos y tu primita.
Así fue como comenzaron las aventuras a tu lado. Estuvimos varias noches sin dormir hasta que entendí que dormías mejor a mi lado que en la cuna y que te arrullabas mientras bailaba contigo en brazos. Aprendí a bañarte en una tina con pánico de que te resbalaras. Tenía que cambiarte el pañal en segundos, a riesgo de que te hicieras pipí sobre nuestra cama. Pasó algunas veces y sólo sonreías. Además me preocupaba que comieras tan poquito. Yo no tenía tanta leche y el biberón lo tomabas a fuerza, pues del esfuerzo solías quedarte dormida.
Recuerdo perfectamente la primera vez que fuimos al parque. Yo te cargaba con un fular morado y tu permaneciste dormida recostada en mi pecho. Tus tíos y tu primita te regalaron un globo de Minnie. Tampoco olvidaré nuestra primera navidad juntas (lloraste muchísimo y no entendía porqué... quizá era sueño, pero no te querías perder la fiesta), ni nuestra primera celebración de año nuevo (sospecho que ahí detestaste los comandos porque ese día te tapé muchísimo, aguantaste como las grandes la celebración en la terraza).
Tengo muy presente nuestro primer viaje. Fuimos a Cuernavaca y tu llorabas porque hacía calor. Sólo sonreíste cuando te quité toda la ropa y te dejé puesto únicamente el pañal. Tiempo después fuimos a Acapulco. El mar te dio miedo pero te gustó jugar en la arena y escuchar el ir y venir de las olas hasta que te quedaste profundamente dormida. Y nuestro primer día de las madres la pasamos en Tequisquiapan. Amé bailar contigo en la plaza y pasear por tantos lugares bonitos. Mucha gente me preguntaba: "Oye, ¿y no te aburres de ir sola con tu bebé?". Jamás se me hubiera ocurrido aburrirme, pequeñita pero una personita al fin y al cabo, que además siempre ha sido sumamente divertida.
Y que tal cuando empezamos con las papillas. Tenías seis meses y tu mamá moría de miedo. Aprendí que cuando tienes un hijo y empiezas a acostumbrarte a algo, de repente crece y tienes que adaptarte a los nuevos cambios. Probaste todo, y sí, odiaste los chícharos. No sé si cuando puedas leer esto aún los odies y se los quites al arroz, mientras haces un gesto de fuchi.
De estar todo en día en brazos, comenzaste a sentarte y poco después te incorporabas sola. Un día tu tía me dijo: "No la metas a la guardería hasta que se siente", y eso lo hiciste a la semana de su comentario. La guardería fue un gran paso para las dos, aunque me parece que para mí fue más difícil. Yo llegué llorando al trabajo y tú, fuerte y serena como eres, a la fecha no has llorado un solo día por ir a la escuelita. Estoy tan orgullosa de ti y de tus logros.
Un día, de repente, ya me reconocías y a la fecha, me lanzas tus brazos para que te cargue y me sigues gateando por toda la casa. Creo que sólo hasta que seas madre entenderás lo inmensamente feliz que me hace que me reconozcas, que sepas que te amo y te sientas segura a mi lado.
Recuerdo que en casa de tu abuelita te poníamos en tu sillita (de la cual ahora te bajas con gran facilidad) y ahí empezaste a balbucear: "Na, na, na, na"... Pensé que tu primer palabra sería "mamá", pero me equivoqué. Tu primer palabra fue "ten". Eso me ha hecho reír muchísimo. A pesar de ser un bebé, desde siempre has mostrado tu carácter fuerte y determinado y no importa si no me dices mamá, mientras me sigas abrazando por las noches.
También hemos tenido momentos terribles. Cuatro días hospitalizada por una infección gastrointestinal y una roséola precedida por altas fiebres. Y siempre, a pesar de las molestias, el dolor y la incomodidad, has sonreído. Y esa sonrisa derrite a cualquiera.
Podría decirte y contarte tantas cosas que han pasado este año... Pero lo que más deseo hoy y siempre es que cada minuto a tu lado se quede guardado para siempre en mi mente y en mi corazón. Quiero guardar siempre en mi cabeza tus pequeñas manitas traviesas, tus piececitos perfectos y tus ojos curiosos. Has sido una gran maestra, una extraordinaria compañía y la mejor hija que Dios pudo enviarme.
Algún día te contaré todas tus travesuras. Te platicaré sobre las veces que te me has caído de la cama (no soy perfecta, y si han sido varias), acerca el día que te incorporaste por primera vez lista para caminar, cuando te carcajeas por las noches que te hago cosquillas, la primera ocasión que te me lanzaste en brazos, cómo aprendiste a quitarte el pañal y a la fecha gateas por toda la cama escapándote para que no te lo ponga... Tantísimas cosas hermosas que recordar...
Por lo pronto, en este día, quiero desearte que seas muy feliz hoy y siempre mi nena, y que pase lo que pase, durante toda tu vida, esboces esa hermosa sonrisa que te caracteriza.
Te amo mi pequeña traviesa. ¡Vamos por otro año más de travesuras! Gracias, gracias, gracias por haberme elegido como tu mamá. Sin duda, soy muy afortunada.
viernes, 3 de junio de 2016
Y ya gateas...
Querida
hijita:
La semana pasada me llegó un mensaje de la guardería, acompañado de un video: “Felicidades señora, su hija ya gatea”. Me emocioné mucho y al mismo tiempo sentí un poco de nostalgia. El día en que camines, seguramente querrás descubrir el mundo y ya no estar tanto tiempo en brazos de mamá. Pero no importa, estoy orgullosa de tu crecimiento y tus logros.
¡Desde ese día no has parado! Ahora te mueves mucho más en la cama y no entiendo como haces para dormir vertical y amanecer horizontal, o moverte de la cabecera a donde están los pies. Me da mucha risa, pero me enternece muchísimo que durante la noche, nunca falta el momento en que buscas acurrucarte a mí. Así que cada desvelada ha valido la pena con tal de sentir tus manitas agarrando las mías o tu cabecita en mi vientre.
Nuestro coco en esto de crecer, sin duda han sido los dientes. Pero una vez más me has demostrado ser una guerrera. Ni siquiera has necesitado medicamentos para ello y ahora dos pequeños dientecitos iluminan tu sonrisa.
Además, ya descubriste que en el librero hay muchas cosas interesantes: discos compactos, libretas, películas, libros. Yo que pensaba que me desesperaría el desorden, pero la verdad es que me da felicidad tu agilidad y autonomía. Y no, no me importa que se quede todo tirado.
Hemos pasado juntas momentos inolvidables. Sé que tú no recordarás los viajes, ni las anécdotas, pero yo siempre las guardaré en mi corazón y en mi memoria.
Particularmente recordaré estos dos últimos días en los que incluso te has levantado para tomar lo que deseas. Amo tu determinación. Y amé el momento en que yo me metí a la cocina y tú gateaste hasta alcanzarme para darme los brazos.
Ser tu madre ha sido la mejor aventura de mi vida. Gracias mi querida chiquitolina por tanto. Te amo con todo el corazón.
La semana pasada me llegó un mensaje de la guardería, acompañado de un video: “Felicidades señora, su hija ya gatea”. Me emocioné mucho y al mismo tiempo sentí un poco de nostalgia. El día en que camines, seguramente querrás descubrir el mundo y ya no estar tanto tiempo en brazos de mamá. Pero no importa, estoy orgullosa de tu crecimiento y tus logros.
¡Desde ese día no has parado! Ahora te mueves mucho más en la cama y no entiendo como haces para dormir vertical y amanecer horizontal, o moverte de la cabecera a donde están los pies. Me da mucha risa, pero me enternece muchísimo que durante la noche, nunca falta el momento en que buscas acurrucarte a mí. Así que cada desvelada ha valido la pena con tal de sentir tus manitas agarrando las mías o tu cabecita en mi vientre.
Nuestro coco en esto de crecer, sin duda han sido los dientes. Pero una vez más me has demostrado ser una guerrera. Ni siquiera has necesitado medicamentos para ello y ahora dos pequeños dientecitos iluminan tu sonrisa.
Además, ya descubriste que en el librero hay muchas cosas interesantes: discos compactos, libretas, películas, libros. Yo que pensaba que me desesperaría el desorden, pero la verdad es que me da felicidad tu agilidad y autonomía. Y no, no me importa que se quede todo tirado.
Hemos pasado juntas momentos inolvidables. Sé que tú no recordarás los viajes, ni las anécdotas, pero yo siempre las guardaré en mi corazón y en mi memoria.
Particularmente recordaré estos dos últimos días en los que incluso te has levantado para tomar lo que deseas. Amo tu determinación. Y amé el momento en que yo me metí a la cocina y tú gateaste hasta alcanzarme para darme los brazos.
Ser tu madre ha sido la mejor aventura de mi vida. Gracias mi querida chiquitolina por tanto. Te amo con todo el corazón.
Tu mami
jueves, 5 de mayo de 2016
A pesar
de ser considerada (principalmente por mi madre), como una persona que siempre
hace lo que quiere, debo confesar que en otras épocas si sucumbía a la presión
social de decir que sí cuando en realidad quería decir que no.
Así, fui a
fiestas y compromisos a los que en realidad no quería ir, salí con sujetos con
los que no quería salir, presté dinero a quien no quería, e incluso compré
"súper promociones" de cosas que no necesitaba. Sólo por no tener el
valor suficiente de decir "no quiero". En muchos casos, me
daba miedo perder amigos y familiares, y en otros me ganaba la compasión. Lo
sé, todo mal.
Pero es que
seamos honestos. No estamos acostumbrados a decir, y menos a escuchar
"no quiero" o "no tengo ganas", e incluso, el
solo hecho de decirlo o siquiera pensarlo nos hace sentir un poco de culpa y el
interlocutor por alguna extraña razón se siente lastimado con esas frases,
cuando en realidad debiera agradecer la honestidad.
Es más,
preferimos decir "no puedo" y acompañar la frase de algún
pretexto que suponemos nuestro interlocutor se va a tragar enterito, lo cual
casi nunca sucede... Y que conste que lo digo como interlocutora y como persona
que ha puesto pretextos con tal de no hacer algo que no quiero.
Sigo.
Evidentemente que, como antes me costaba un montón de trabajo decir no, tampoco
aceptaba con mucha facilidad que me lo dijeran. Por ejemplo,
tengo una amiga que odia arreglarse, y ¡ah como la presionaba y fregaba con lo
mismo!, hasta que un día me dijo la frase mágica "no me arreglo porque
no quiero". Eso debió haber bastado para yo aceptara su postura sin
chistar, pero en vez de eso seguí dando lata porque ¿cómo se iba a descuidar
así? ¿tendría un problema de autoestima? y miles de cosas que no venían al
caso.
Así que, cansada
de hacer cosas que no quiero por miedo al qué dirán, por miedo a no "verme
bien" o "quedar mal" (no sé con quién, supongo que
con algunos círculos sociales), o por miedo a perder o lastimar a amigos y
familiares, he decidido ejercer mi derecho a decir "no quiero"
o "no tengo ganas" de hacer tal o cual cosa, y eliminar el
"no puedo porque..." acompañado de una justificación
y explicación no requerida.
Alguna vez
alguien me dijo que en Europa, si te invitaban a algún lugar y no querías ir,
podías decir algo como "no gracias, no se me antoja" y todo
seguía igual. No había "heart feelings", ni borradas de
Facebook, ni vengancitas absurdas del tipo "como me dijo que no pues en
mi vida lo invito de nuevo".
Y supongo
que así pasa con todo: "no te quiero prestar dinero", "no
quiero comprar eso", "no quiero salir contigo",
etcétera. Y no pasa nada, las relaciones humanas siguen sin rencores y dramas
innecesarios.
Cabe
destacar que no me consta que eso que me dijeron sea cierto, pues mi
acercamiento con los europeos no fue precisamente de carácter sociocultural,
pero me gusta pensar que así son y tomarlos como modelo.
Entonces,
digamos que estoy en una etapa de experimentación, ejerciendo mi derecho a
decir no y permitiendo que los demás lo ejerzan sin que yo sienta feíto o raro.
No digo que
sea fácil, pues culturalmente estamos tan acostumbrados a buscar pretextos y a
escucharlos, que lo contrario es considerado atípico. Pero en verdad yo ya me
cansé y no quiero seguir igual. A ver si no me quedo sin amigos y sin
familia... Ya les contaré.
lunes, 18 de abril de 2016
Desprenderse...
Hoy fue el día. Mi hijita de 8 meses por fin entró a la guardería.
Toda la semana estuve diciéndole que la escuela es lo máximo (y en verdad lo pienso), y que a mami le gustaba mucho estudiar (lo cual es cierto, no en balde la especialidad, la maestría y bla, bla, bla).
Creo que más bien yo intentaba convencerme a mí misma, más que a ella, de que todo estaría perfecto y de que mi pequeñuela sería muy feliz conviviendo con otros bebés y realizando nuevas actividades.
Pasamos una noche tranquila, y curiosamente, por primera vez, mi chiquita permaneció dormida en nuestra cama (no me linchen por ser amante y defensora del colecho), a pesar de que yo me levanté.
Eso me sorprendió, pues hasta el sábado, yo me alejaba de la cama y ella me reclamaba con lloriqueos y gritos.
En cambio el día hoy, pude desayunar, terminar de preparar su pañalera y prepararle su cereal. Luego mi hija se despertó, estiró su cuerpecito, se dejó vestir y desayunó su cereal tranquilamente.
Estaba seriecita pero sonreía. Parecía que entendía perfecto que a partir del día de hoy cambiaría nuestra rutina.
Nos trasladamos a la guardería y entonces pasó lo siguiente: una maestra la cargó en la entrada y mi hijita sin chistar y sin derramar ni una sola lágrima se abrazó a ella y entró a su escuelita.
Me quedé con el corazón apachurrado pero muy orgullosa de ella. Mi bebé esta creciendo, y al parecer será una niña muy segura de sí misma, muy tranquila, y muy entendida. Le agradecí en el alma que no llorara porque si no yo no hubiera podido dejarla. Le agradecí en silencio su sonrisa y sus enormes ojos mirándome y transmitiéndome paz y amor.
Hoy me siento un poco triste pero agradecida con la vida por permitirme ser madre de una chiquita hermosa y encantadora. Mi mejor maestra de vida. Quien el día de hoy me demostró que la "angustia de la separación", al menos para nosotras, la padezco más yo que ella.
Así que bueno, mientras en estos momentos seguro ella anda por ahí jugando y echando relajo con sus compañeritos, e incluso quizá ya le jaló el cabello a alguno, su mami está tratando de desprenderse emocionalmente y no puede evitar derramar algunas lagrimitas.
Mi nenita adorada, amo caminar contigo tomadas de la mano. Amo que estés creciendo, amo que seas mi maestra y amo ser tu mamá. Te amo con todo el corazón mi chiquitolina y estoy muy orgullosa de ti.
miércoles, 13 de abril de 2016
Locura
Por alguna extraña razón, siempre he creído que algunas personas están completamente fuera de mi alcance. Especialmente si mi mente se siente atraída intelectualmente por ellas.
Con Diego no sería la excepción. Un día, por casualidad, me topé con uno de sus cuentos. "Alejandra", se titulaba. Era un cuento lleno de sensualidad que, debo reconocerlo, me excitaba enormemente. Lo leí una y otra vez, memoricé el nombre del autor, y después me dediqué a buscarlo llevada por la curiosidad y un poco por el morbo.
Encontré su correo electrónico en un documento académico que databa de hacía unos 6 años. Decidí escribirle. Llevada por el entusiasmo le describí con lujo de detalles lo que me había hecho sentir su cuento, lo que me había provocado a nivel intelectual y físico.
Pasaron las semanas y justo cuando ya me estaba olvidando del tema, me respondió. Decía que se sentía halagado y agradecido por lo que le había escrito, así que me enviaba otros cuentos, que según me dijo, eran viejas historias que se encontraban olvidadas y perdidas en la memoria de su ordenador.
Con ansias locas y mucha emoción comencé a leer lo que me había mandado. Pensaba en lo afortunada que era por poder leer esas historias, y en lo afortunadas que habían sido esas mujeres a las que tales historias se referían. Imaginaba a esas mujeres hermosas de delicadas curvas y labios carnosos, fundidas en una sola persona con el autor, en un abrazo pasional lleno de sudor, de jugos, de babas, de lágrimas.
Poco a poco, me fue compartiendo más sobre su obra. Me sentía sumamente halagada de saber sus secretos e intimidades a través de ella. Admiraba su obra literaria, sus fotografías, su música, la pasión que sentía por la cultura indígena, el trabajo que desempeñaba.
Mi admiración creció cuando comenzamos a hablar por teléfono. Era un tipo brillante al que podía platicarle lo que yo quisiera. Además era un hombre muy culto y me encantaba su voz clara y pausada. Teníamos conversaciones extraordinarias y yo sentía que cada día podía aprender algo de él. Estaba extasiada y porque no decirlo, incluso endiosada. Quería leerlo todo, mirarlo todo, escucharlo todo, porque todo lo que él hacia me parecía inteligente, audaz, revolucionario, perfecto. Mi mente se excitaba tanto como mi cuerpo.
Un día dejé de tener noticias de Diego. Pasaron quince días y entonces recibí un correo electrónico en el cual me contaba que había decidido internarse en un hospital psiquiátrico y me describía sucintamente los detalles.
El mes siguiente seguimos comunicándonos por ese medio. Esperaba ansiosamente sus correos en los que me describía el hospital, las personas que deambulaban por los pasillos, los hombres y mujeres ataviados con sus batas blancas, los enormes jardines.
De repente, dejé de recibir los anhelados correos. Busqué a Diego por todos los medios a los que tuve acceso, pero mi búsqueda fue infructuosa, pues no he vuelto a saber nada de él. Jamás contestó mis correos electrónicos ni respondió a mis llamadas. Parecía que se lo había tragado la tierra.
Eso fue hace un tiempo. Justo hoy me he topado con los primeros cuentos, las primeras fotografías, las primeras composiciones musicales. He vuelto a leer, a observar, a escuchar. He vuelto a respirar ese aire que respiraba en aquel entonces. Un aire cargado de energía, de sensualidad, de conocimiento.
Entonces, sus obras me parecieron más claras que al principio. Algo había pasado, ahora podía entenderlas a través de sus ojos.
Comprendí que Diego era un genio. Y los genios a veces no pertenecen a este mundo que se deja llevar por la cotidianeidad. Los genios a veces no son comprendidos, no son aceptados y en ocasiones tienden a estar mejor en soledad. Y es que los genios, para el resto de los mortales, verdaderamente están locos.
domingo, 27 de marzo de 2016
Cambios y más cambios
Antes de que mi hija naciera, pensaba que iba
a poder amamantarla todo un año. Siempre he sido prolactancia y era algo que
quería promover: el derecho de cualquier mujer a amamantar donde le dé la gana.
Sin embargo, mi hija nació diez semanas antes de lo previsto e ingresó
inmediatamente a terapia intensiva.
Debido al estrés, mi producción de leche
disminuyó bastante y lo más que lograba sacarme, con mucho esfuerzo y dolor,
era una onza. Insuficiente para alimentarla exclusivamente con mi leche. Cuando
mi nena salió del hospital seguí dándole pecho como pude, obviamente
complementando con fórmula.
Amamantar generó una conexión maravillosa con
mi hija. No sólo la alimentaba, sino que la reconfortaba. Cada vez que lloraba
sin motivo aparente, mi mamá me decía: "Dale tú", y
funcionaba. Mi nena dejaba de llorar y hasta se quedaba dormida.
Era una maravillosa relación idílica y
perfecta.
Hasta que bebé cumplió siete meses. Un día me
empujó, se empezó a enojar, y así, sin más, se nos terminó la lactancia.
El vínculo "idílico y perfecto", se
sustituyó por arrullos indispensables para dormir, acompañados de una canción
cantada por mamá.
Últimamente, ni los arrullos ni la canción
son necesarios después de un baño calientito y un biberón. Mi hija cae rendida
casi hasta el día siguiente y poco a poco ha dejado de necesitar mis brazos
para conciliar el sueño.
La cuestión es que durante la maternidad
siempre se sufren cambios. Los hijos van creciendo y las circunstancias se van
modificando, no solo para ellos, sino para nosotras las madres.
Cambian los intereses, cambian las
prioridades, cambia la percepción de las cosas e incluso cambian las
amistades.
Justamente hace un par de días fui a dejar a
abuelita a su casa (mi mamá ahora está instaladísima en su papel y feliz con
sus dos nietas) e iban saliendo unas jóvenes que platicaban del antro nuevo que
iban a conocer. Nosotras íbamos llegando de la Granja de las Américas. Hace dos
años, yo hubiera sido una de esas jóvenes. Actualmente, salir de antro no está
en mis planes. Es más, creo que ni salir de noche, estimando que me duermo
cuando muy tarde, a las 10 y media.
Ahora, me sorprendo a mi misma buscando
lugares para pasear donde haya actividades para niños o al menos un gran jardín
donde pueda tumbarme sobre el pasto junto a mi hija. Y he encontrado lugares
buenísimos, a los que seguramente jamás hubiera ido de no ser porque ahora soy
mamá.
También me he sorprendido a mi misma
disfrutando de la compañía de otras mamás. Más aún, yo que pensaba que convivir
con ellas sería difícil por las críticas y opiniones no solicitadas, me he dado
cuenta que las demás mamás son bastante respetuosas y muy empáticas (a lo mejor
he sido afortunada en toparme sólo con tipazas), a diferencia de otras personas
que han criticado mi forma de crianza o mis decisiones, sin ser madres o
padres.
Pronto se nos avecina otro cambio: la entrada
a la guarderia. Espero esa experiencia con mucha emoción, deseando con todo el
corazón sea algo benéfico para el desarrollo de mi hijita.
Porque cada decisión que he tomado por muy
rara, criticada o absurda que parezca, ha sido muy pensada y muy analizada.
Sobre todo, ha sido tomada con confianza. Confianza en mi misma, confianza en
mi instinto materno y confianza en que yo soy la única que sabe qué es lo mejor
para mi petite.
Así son los cambios. Los cambios en relación
con los hijos y en relación con el mundo que nos rodea. Los cambios que se dan,
sin querer, cuando uno entra al maravilloso mundo de la maternidad. Los cambios
que nos ayudan a desprendernos, a desapegarnos y a crecer. Amo los cambios.
Bienvenidos sean a mi vida y a la de mi hija.
miércoles, 17 de febrero de 2016
Aprendizajes
Yo, que recientemente acababa de ser mamá y tenía algunos meses sin salir con alguien, un día me aventuré y conocí a una persona en una de esas tantas aplicaciones electrónicas. Mi justificación era: "Me la paso todo el día encerrada en mi oficina y los fines de semana paseo solamente con mi nena, así que necesito ampliar mis círculos".
Así fue como conocí a GSJ. Un buen tipo que físicamente cumplía con lo que a mi me gustaba. Alto, fuerte, de mirada penetrante y un aspecto que a mi me agradaba, aunque mi mejor amiga decía que tenía todo el tipo de nerd y que además no se le hacía sincero. "Cuestión de enfoques", decía yo.
La atracción física no lo es todo y empezamos a conocernos. Al final, la relación fue un completo desastre: gritos, sombrerazos, reclamos y un "ya no siento nada por ti" y "yo tengo derecho a desenamorarme", acabaron por darle al traste.
Sin embargo, debo reconocer que de GSJ aprendí. Aprendí lo que quiero y lo que no, si quiero rehacer mi vida.
De entrada, una vez más el destino se encargó de demostrarme (porque al parecer yo no aprendía) que el amor no es algo que puede darse en un mes y que mucho de lo que se dice durante la etapa del enamoramiento, es producto de solamente de la excitación y la adrenalina. Es la etapa en la que ambos juegan a generar expectativas y formarse ilusiones. Y no está mal, pero un "te amo" implica mucho más compromiso y una relación mucho más duradera y profunda. Tiempo al tiempo y con calma, ¿qué prisa hay?.
Pero vaya que GSJ y yo llevábamos prisa. En un mes hablamos de casarnos, de la posibilidad de comprar una casa, de vivir juntos y de la educación que entre ambos le daríamos a mi pequeña hija. Él me aseguraba que yo no tendría que trabajar por necesidad y que siempre nos apoyaría porque éramos una familia. Solíamos salir a desayunar o comer nosotros tres y me decía que se sentía halagado porque sabía que la gente pensaba que él era el papá de mi bebé. Incluso hablábamos de pasar la Navidad juntos y de hacer unas vacaciones en verano.
Lo reconozco. Todo eso me encantaba. Y creo que eso es lo que busco en una pareja. Alguien que me quiera, y que nos respete, a mí y a mi hija. Alguien con quien formar una familia, a pesar de que muchas personas dicen que eso es prácticamente imposible por las circunstancias.
Sin embargo, definitivamente busco algo duradero y no solamente producto del enamoramiento. El dichoso "amor" que sentíamos nos duró sólo 45 días aproximadamente. GSJ empezó a portarse distante y yo empecé a ser demandante. Quería que las cosas funcionaran "a como diera lugar".
Esta vez no sólo me aceleré, sino que en un afán de conservar algo que creía perfecto, pasé muchas cosas por alto. No me importaban las constantes referencias a las exnovias, ni las etiquetas puestas a otras mujeres, ni que GSJ gustara de algunas prácticas que a mi incluso me desagradaban. Ni siquiera me importó que GSJ en un afán de ser "sumamente honesto" me dijera que él era un hombre infiel.
A una semana de haber terminado con esa relación, puedo decir que estaba cegada por la fantasía, por las ilusiones y por los castillos en el aire que iban acompañados de buenas conversaciones, muchas atenciones y buenos momentos (no lo puedo negar).
Parecía un cuento de hadas, pero al hacer caso omiso de lo que no me gustaba, me negaba a mí misma que había un problema y que posiblemente no íbamos a poder ser la familia que yo tanto había soñado.
Obviamente, llegó el día en que la relación que creíamos tan fuerte -sólo lo creíamos, porque en realidad era sumamente endeble-, se terminó.
A pesar de cómo terminó todo, y del dolor que sentí, creo que debo agradecer a GSJ que me demostrara que seguramente en algún lugar del mundo habrá una persona con la cual pueda cumplir mis sueños y ser feliz. Quizá sí, un poco como él, pero con quien pueda formar una relación sólida y duradera, construida sobre cimientos firmes con el paso del tiempo.
Porque, quieras que no, lo que tuvimos fue como un arcoíris: hermoso, pero pasajero.
domingo, 14 de febrero de 2016
Y sigues creciendo...
Has tenido una semana de muchos cambios. Y ante mis ojos, sigues creciendo. Rápido, muy rápido, quizá más rápido de lo que yo quisiera.
Descubrimos que a veces las vacunas son inmundas, pero son indispensables para estar sanos y fuertes. Ya sé, a mi no me dieron dos piquetes ni me pusieron gotas. Tampoco me dio fiebre como a ti. Solo tienes que saber que siempre te cuidaré con todo mi amor. No importa si no dormimos, tu sonrisa lo compensa todo.
Además, el 7 de febrero iniciaste con tus papillas. Y tuvimos que empezar con chayote. Recuerdo tu carita de fuchi. Por supuesto no querias comértela. Afortunadamente también descubrí que si la calentaba un poco te gustaba más. A una semana de haber iniciado, ahora comes muy bien y ahora nos encontramos batallando con la zanahoria. Cuando miras la comida de los "grandes" con ojos de asombro, siempre te digo: "para llegar a esto, tenemos que pasar por las papillas de chayote, calabaza y chícharo". Seguro me entiendes porque siempre te ríes. Eres una niña extraordinaria y brillante.
El viernes 12 de febrero descubrí tu primer dientito en tu encía superior. Apenas se siente un piquito pero sé que la estás pasando mal. Que duele, que da comezón. Supongo que nada puede mitigar al cien por ciento la molestia, pero créeme que estoy haciendo lo posible.
Para colmo, el sábado te me caíste de la cama. Sentí tan feo escuchar el golpe y luego tu llanto. Afortunadamente no te pasó nada pero lloré muchísimo pensando en si habría consecuencias. Sin embargo tú eres una nena muy fuerte. Lloraste un poco y después te reías. Supongo que con esas risas me decías: "Mami, aquí estoy, no te preocupes, yo nunca te dejaré de querer".
Mi chiquita hermosa: esta semana hemos aprendido que crecer física y emocionalmente es todo un trabajo. No siempre tan cómodo como uno quisiera. Pero todo, todo en esta vida vale la pena. Algún día me entenderás.
Quiero decirte además, que verte crecer ha sido la mejor experiencia de mi vida y ¿sabes? estoy feliz porque a pesar de que tengo que trabajar, siento que no me he perdido de nada y he aprendido muchísimo a tu lado. En tus ojos solamente veo amor y comprensión. Tus bracitos me llaman y nada puede ser más maravilloso.
Contigo me he dado cuenta que el verdadero amor no tiene límites.
Te amo mi bebé.
Diario de un codependiente
Estaba triste... Mucho. De las cosas que más le duelen al ser humano es el rechazo. Y a mi me habían rechazado. Me habían dicho: "Ya no te quiero, tengo derecho a desenamorarme". Lo peor es que yo no podía negar ese derecho.
Algo en mí sabía que la separación era lo mejor, pero otra parte de mí quería retener a la persona "amada", demostrarle que se había equivocado porque yo era el amor de su vida, con quien había hecho planes a futuro: matrimonio, casa, hijos...
Las lágrimas, los gritos y las amenazas sólo empeoraron la situación hasta llegar a lo inevitable: tratarme mal para ver para ver si así, yo entendía que era el final.
Y todo dolió. Un dolor tóxico. Estaba pasando por un síndrome de abstinencia. Tenía adicción a esa persona. Ni siquiera parecía amor. Era más bien una necesidad malsana de sentir su presencia. A pesar de todo. De lo que no me gustaba (que era más de lo que me agradaba), de su indiferencia y de su progresiva distancia. Era un miedo terrible a la soledad y a enfrentarme a quien realmente soy y a lo que llevaba mucho tiempo sintiendo.
No, no era amor, era una ansiedad enfermiza. Era amar por necesitar. Era codependencia afectiva...
*La codependencia emocional no es tan fácil de diagnosticar como una adicción al alcohol o a las drogas. Sin embargo existe y debe ser tratada por un especialista. La buena noticia: el amor a uno mismo es la cura.
lunes, 1 de febrero de 2016
Seis meses
Mientras la bañaba en su tina, al ritmo de música suave para bebés y la veía feliz chapotear y mover sus piernas y brazos con fuerza, pensaba en lo rápido que pasaba el tiempo.
Pues sí, mi nena está creciendo.
Hoy me di cuenta cuando la llevé al parque y la subí por primera vez a su carriola. Le gustó que su mamá corriera un poco mientras ella observaba atentamente a los árboles y las ardillas. En el camino nos topamos con una nena que tenía un mes de nacida. Yo que sigo viendo a mi hija chiquitita, me di cuenta que estaba equivocada y que mi nena ya se estaba convirtiendo en un bebé grande.
En ese momento me percaté de que había crecido. Ahora agarra solita su mamila y exige sentarse a jugar con su jirafa y su muñeca, sus juguetes favoritos.
Además, poco a poco empieza a demostrar su carácter y a definir lo que le gusta y lo que no (me lo hace saber con pequeños gruñidos).
Así, he tenido que aprender que le gusta la música repetitiva de Philip Glass, dormir ocupando la mitad de la cama queen size, jugar a Superman y los masajitos en su espalda. En cambio, no le gustan los comandos y chamarras, detesta el Tempra (y eso que sabe a uva), no disfruta para nada estar en el huevito del coche cuando no hay movimiento (hay fuertes quejas cada vez que nos toca un alto) y en definitiva, no resiste que la acunen porque ella prefiere estar en posición vertical (mea culpa).
Pero sin duda, lo más hermoso ha sido darme cuenta que al mismo tiempo que mi hija crece, me reconoce cada día más. Lo siento cuando me busca, cuando se calma en mis brazos y cuando me sonríe cada mañana.
El tiempo pasa. Pronto llegará el día en que mi nena ya no quepa en su tina. Es inevitable, y aunque me emociona saber que muy pronto podremos bañarnos juntas y disfrutar incluso de una alberca, no puedo evitar sentir algo de nostalgia.
Mi hija crece y al mismo tiempo crezco yo con ella. Mi maestra guerrera que convierte cada uno de mis días en una nueva aventura.
¡Feliz sexto cumple mes mi amada bebé grande!
lunes, 25 de enero de 2016
¿Para que llegaste?
¿Para qué llegaste si te ibas a ir tan pronto?
¿Para qué llenaste mi cabeza de palabras si éstas no iban a ser congruentes con tus acciones?
¿Para qué me hiciste sentir que podía contar con tu apoyo si no apareciste en el momento en que te necesitaba?
¿Para qué me pediste que confiara en ti si tú no ibas a tener la confianza de decirme las cosas de frente?
¿Para qué te conté mi vida si ibas a actuar como la última persona que me lastimó y desapareció sin decir nada?
¿Para qué me hiciste sentir especial y única cuando no lo era?
¿Para qué me hiciste sentir siquiera?
Tal vez por sexo, tal vez por lástima, tal vez por diversión, tal vez porque eres así… No importa.
Hoy dejaste mi corazón hecho pedazos y en esta ocasión, me costará mucho trabajo volver a unirlos.
No porque te ame demasiado. No porque esté aferrada a estar contigo. No porque te extrañe. No porque me intereses. No porque te quiera.
Simplemente porque volví a confiar y volví a abrirle mi corazón a alguien que no vale la pena.
¿Para qué llenaste mi cabeza de palabras si éstas no iban a ser congruentes con tus acciones?
¿Para qué me hiciste sentir que podía contar con tu apoyo si no apareciste en el momento en que te necesitaba?
¿Para qué me pediste que confiara en ti si tú no ibas a tener la confianza de decirme las cosas de frente?
¿Para qué te conté mi vida si ibas a actuar como la última persona que me lastimó y desapareció sin decir nada?
¿Para qué me hiciste sentir especial y única cuando no lo era?
¿Para qué me hiciste sentir siquiera?
Tal vez por sexo, tal vez por lástima, tal vez por diversión, tal vez porque eres así… No importa.
Hoy dejaste mi corazón hecho pedazos y en esta ocasión, me costará mucho trabajo volver a unirlos.
No porque te ame demasiado. No porque esté aferrada a estar contigo. No porque te extrañe. No porque me intereses. No porque te quiera.
Simplemente porque volví a confiar y volví a abrirle mi corazón a alguien que no vale la pena.
miércoles, 20 de enero de 2016
¡Adiós cunita!
Mi nena ha crecido. Al día de hoy tiene 5 meses y a pesar de que es delgadita, es una bebita muy sana y muy fuerte.
Justo este día nos hemos deshecho de la cuna de
colecho. Aún recuerdo con cuanto cariño la adquirí y la reunión que hicimos mis
mejores amigas y yo para armarla. Sin ellas no lo hubiera logrado. ¡Estaba tan emocionada con la idea de que mi nena durmiera junto a mí y yo pudiera estar a su alcance por si necesitaba algo!
Así, llegó el día en que mi nena salió del hospital y nos fuimos a casa. ¡Por fin estrenaríamos la dichosa cuna! Sin embargo, mi hija solamente durmió ahí un par de semanas.
Nunca olvidaré que el primer día, entre la emoción y los nervios, olvidé poner el cubrebarrotes. Resultado: mi nena lloró toda la noche posiblemente porque tenía frío.
El segundo día, después de que mi mamá me
puso tremenda regañada, puse el cubrebarrotes y tapé más a mi hija. Entonces empezó
a darle una especie de tos que me preocupó muchísimo. Apenas habíamos salido del hospital y lo que menos quería era que mi hija se enfermara y tuviéramos que volver. Le llamé inmediatamente al pediatra y me dijo que pusiera una especie de mosquitero con tela calientita sobre su cuna, así que mi durante el resto de las dos semanas, mi nena dormía en una especie de búnker hecho con cobijas.
Yo seguía con la angustia de que cualquier cosa le pasara, así que dormía tomándola de la mano para cerciorarme de que
estaba respirando o tocando su pechito.
Un buen día me armé de valor y dado que la notaba inquieta, decidí pasarla a mi cama (que afortunadamente es queen, porque créanlo o no, mi hija ocupa la mitad). ¿Cómo les explico que me daba pánico aplastarla? Pero obviamente eso no pasó. No pasó porque, aunque yo lo dudaba, estaba atenta a cualquier movimiento y sonido que hiciera mi pequeñita. Instinto materno le dicen.
A partir de esa fecha mi hija y yo siempre dormimos en mi cama. Cerquita una de la otra y muy calientitas. Esto me ha funcionado maravillosamente, pues puedo alimentarla por las noches y al sentirme cerca, mi nena empezó a dormir más de 5 horas seguidas por la noche y a distinguir el día de la noche.
Un buen día me armé de valor y dado que la notaba inquieta, decidí pasarla a mi cama (que afortunadamente es queen, porque créanlo o no, mi hija ocupa la mitad). ¿Cómo les explico que me daba pánico aplastarla? Pero obviamente eso no pasó. No pasó porque, aunque yo lo dudaba, estaba atenta a cualquier movimiento y sonido que hiciera mi pequeñita. Instinto materno le dicen.
A partir de esa fecha mi hija y yo siempre dormimos en mi cama. Cerquita una de la otra y muy calientitas. Esto me ha funcionado maravillosamente, pues puedo alimentarla por las noches y al sentirme cerca, mi nena empezó a dormir más de 5 horas seguidas por la noche y a distinguir el día de la noche.
Actualmente, cuando la dejo mucho tiempo sola porque me despierto y voy al baño, o porque ella se duerme antes y yo estoy ocupada haciendo labores del hogar, me busca y balbucea para que me acerque a ella.
Lo sé. Mátenme si quieren, pero resulta que ahora somos dependientes para dormir una con la otra. Y no, no me importa. Sé que
llegará el día que quiera su espacio, que ya no desee que la cargue y que le
moleste que la llene de besos.
Mientras
tanto, amo dormir con mi hijita y ambas fuimos muy
felices diciéndole adiós a nuestra cunita de colecho que se queda como el recuerdo
de la primera cosa que le compré a mi princesa con todo mi amor de mamá.
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