Querida guerrerita:
Hace un año, por la mañana, recibía una llamada de mi ginecóloga diciendo: "Gina, te veo en el Español en un par de horas, tus niveles se dispararon y tu riñón está empezando a fallar. Hoy vas a tener a tu bebé." Me espanté, me espanté muchísimo. Acababa de cumplir la semana 30 y me faltaban todavía, al menos, unas ocho.
Corrí al hospital donde intentaron por todos los medios bajarme la presión arterial. Solamente recuerdo que entraban y salían doctores de mi habitación hasta que me llevaron al quirófano. Los recuerdos que tengo son muy vagos. Sólo escuchaba: "Se le sigue subiendo la presión", minutos después seguido de un "Gina, ahí viene tu bebé". Creo que después de eso dormité un poco hasta que escuché un llantito y luego vi al neonatólogo mostrándome tu carita. Eras tan hermosa y tan pequeñita. Medio adormilada te di un beso y le dije al doctor: "Cuídemela mucho, es lo más importante que tengo". Eran las 10.40 de la noche.
Hasta el día siguiente supe que tu abuelita y tu tía se habían sorprendido mucho cuando vieron lo pequeña que eras y lo preocupadas que estaban por mí. Ese mismo día recibí la noticia de que estabas en la unidad de cuidados intensivos donde permaneciste 50 días. Naciste pesando 1.200 kg y perdiste peso hasta llegar a un kilito.
Fueron momentos muy duros. Nada me ha dolido más en la vida que salir del hospital y no llevarte entre mis brazos. Lloré mucho.
Así pasaron 50 días que a mi se me hicieron eternos. Poco a poco fuiste adquiriendo peso y comenzaste a comer primero a través de una sonda y después con una pequeña mamila. Sobrevivimos una infección causada por el cambio de catéter y varios sustos que nos dio la máquina que indicaba tus signos vitales.
Por fin llego el día que pude llevarte a casa. Ya pesabas dos kilitos y cuando te llevaba en mi regazo ni siquiera parecía que estabas ahí de lo pequeñita que eras. Fuiste recibida con gran emoción por tu abuelita, tus tíos y tu primita.
Así fue como comenzaron las aventuras a tu lado. Estuvimos varias noches sin dormir hasta que entendí que dormías mejor a mi lado que en la cuna y que te arrullabas mientras bailaba contigo en brazos. Aprendí a bañarte en una tina con pánico de que te resbalaras. Tenía que cambiarte el pañal en segundos, a riesgo de que te hicieras pipí sobre nuestra cama. Pasó algunas veces y sólo sonreías. Además me preocupaba que comieras tan poquito. Yo no tenía tanta leche y el biberón lo tomabas a fuerza, pues del esfuerzo solías quedarte dormida.
Recuerdo perfectamente la primera vez que fuimos al parque. Yo te cargaba con un fular morado y tu permaneciste dormida recostada en mi pecho. Tus tíos y tu primita te regalaron un globo de Minnie. Tampoco olvidaré nuestra primera navidad juntas (lloraste muchísimo y no entendía porqué... quizá era sueño, pero no te querías perder la fiesta), ni nuestra primera celebración de año nuevo (sospecho que ahí detestaste los comandos porque ese día te tapé muchísimo, aguantaste como las grandes la celebración en la terraza).
Tengo muy presente nuestro primer viaje. Fuimos a Cuernavaca y tu llorabas porque hacía calor. Sólo sonreíste cuando te quité toda la ropa y te dejé puesto únicamente el pañal. Tiempo después fuimos a Acapulco. El mar te dio miedo pero te gustó jugar en la arena y escuchar el ir y venir de las olas hasta que te quedaste profundamente dormida. Y nuestro primer día de las madres la pasamos en Tequisquiapan. Amé bailar contigo en la plaza y pasear por tantos lugares bonitos. Mucha gente me preguntaba: "Oye, ¿y no te aburres de ir sola con tu bebé?". Jamás se me hubiera ocurrido aburrirme, pequeñita pero una personita al fin y al cabo, que además siempre ha sido sumamente divertida.
Y que tal cuando empezamos con las papillas. Tenías seis meses y tu mamá moría de miedo. Aprendí que cuando tienes un hijo y empiezas a acostumbrarte a algo, de repente crece y tienes que adaptarte a los nuevos cambios. Probaste todo, y sí, odiaste los chícharos. No sé si cuando puedas leer esto aún los odies y se los quites al arroz, mientras haces un gesto de fuchi.
De estar todo en día en brazos, comenzaste a sentarte y poco después te incorporabas sola. Un día tu tía me dijo: "No la metas a la guardería hasta que se siente", y eso lo hiciste a la semana de su comentario. La guardería fue un gran paso para las dos, aunque me parece que para mí fue más difícil. Yo llegué llorando al trabajo y tú, fuerte y serena como eres, a la fecha no has llorado un solo día por ir a la escuelita. Estoy tan orgullosa de ti y de tus logros.
Un día, de repente, ya me reconocías y a la fecha, me lanzas tus brazos para que te cargue y me sigues gateando por toda la casa. Creo que sólo hasta que seas madre entenderás lo inmensamente feliz que me hace que me reconozcas, que sepas que te amo y te sientas segura a mi lado.
Recuerdo que en casa de tu abuelita te poníamos en tu sillita (de la cual ahora te bajas con gran facilidad) y ahí empezaste a balbucear: "Na, na, na, na"... Pensé que tu primer palabra sería "mamá", pero me equivoqué. Tu primer palabra fue "ten". Eso me ha hecho reír muchísimo. A pesar de ser un bebé, desde siempre has mostrado tu carácter fuerte y determinado y no importa si no me dices mamá, mientras me sigas abrazando por las noches.
También hemos tenido momentos terribles. Cuatro días hospitalizada por una infección gastrointestinal y una roséola precedida por altas fiebres. Y siempre, a pesar de las molestias, el dolor y la incomodidad, has sonreído. Y esa sonrisa derrite a cualquiera.
Podría decirte y contarte tantas cosas que han pasado este año... Pero lo que más deseo hoy y siempre es que cada minuto a tu lado se quede guardado para siempre en mi mente y en mi corazón. Quiero guardar siempre en mi cabeza tus pequeñas manitas traviesas, tus piececitos perfectos y tus ojos curiosos. Has sido una gran maestra, una extraordinaria compañía y la mejor hija que Dios pudo enviarme.
Algún día te contaré todas tus travesuras. Te platicaré sobre las veces que te me has caído de la cama (no soy perfecta, y si han sido varias), acerca el día que te incorporaste por primera vez lista para caminar, cuando te carcajeas por las noches que te hago cosquillas, la primera ocasión que te me lanzaste en brazos, cómo aprendiste a quitarte el pañal y a la fecha gateas por toda la cama escapándote para que no te lo ponga... Tantísimas cosas hermosas que recordar...
Por lo pronto, en este día, quiero desearte que seas muy feliz hoy y siempre mi nena, y que pase lo que pase, durante toda tu vida, esboces esa hermosa sonrisa que te caracteriza.
Te amo mi pequeña traviesa. ¡Vamos por otro año más de travesuras! Gracias, gracias, gracias por haberme elegido como tu mamá. Sin duda, soy muy afortunada.
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