Lo había hecho muy bien, simple y sencillamente porque estos días he tenido experiencias y momentos espectaculares (el mejor y conocido por todos, el nacimiento de un angelito); porque soy excelente actriz cuando me lo propongo, y porque definitivamente detesto (más bien detestaba) llorar y que se me hinchen los ojos como sapo (esto sigue sin gustarme, definitivo).
Así que parecía que todo iba viento en popa. En esta semana estuve saliendo con mis amigas, trabajando muchísimo, sonriendo siempre y teniendo una excelentísima actitud. Jamás salí de mi casa hecha una piltrafa (antes muerta que sencilla, obvio) y no hubo un momento en que se asomara ni rastro de desánimo.
Excepto que hubo días en que no pude dormir... ya sé, Morfeo es especialista en dejarme plantada algunas noches. Pero cuando por fin lograba conciliar el sueño, a eso de las 2 de la mañana, pasaba que me seguía hasta las 8 y evidentemente no me levantaba a hacer lo que en teoría me encanta: correr. Además, hubo días en que me sorprendí a mí misma sintiendo un nudo en la garganta, incluso por las situaciones más inverosímiles. Digamos que venía manejando la sensibilidad extrema y tenía una sensación horrible de vacío en el pecho, tanto frente a un niño de la calle, como ante la noticia de algún desaparecido.
"Equissssss", me decía, "No pasa nada, seguro es el tan famoso, conocido y odiado SPM o algo así meramente hormonal, digo, no sería raro, soy mujer". Pero no, no era. Ahora me doy cuenta que eran un chingo de sentimientos encontrados y guardados por ahí en un rincón. Ocultos tan bien, que hasta parecía que habían desaparecido.
El miércoles estaba acomodando tranquilamente unas fotos y videos, cuando de repente me tope con un regalo que alguien me hizo en un cumpleaños. El regalo consistía en un video con las mañanitas tocadas magistralmente por esa persona. Y sí, algo que pareciera tan insignificante, vino a hacer una revolución, abrió todos los cajones que se encontraban cerrados, y entonces sucedió. Me puse a llorar como Magdalena.
No, no fue ese llanto de drama, de desesperación, de capricho o enojo. Tampoco fue un llanto de tristeza o depresión, He tenido de todos, así que sé de lo que hablo. En esta ocasión fue diferente. Fueron lágrimas saliendo desde lo más recóndito de mi alma, silenciosas y constantes. Lloraba por todo y por nada a la vez, por los buenos recuerdos y por los malos, por quienes estaban y por quienes se habían adelantado en el camino. Eran lágrimas purificadoras, de esas que limpian la mente y el corazón. De esas que salen cuantiosamente y te hacen caer rendida y dormir profundamente, con la sensación de haber liberado muchas cosas, de haber soltado y de haber crecido, madurado.
Reconozco que, a partir de ese día, no he cerrado la llave y sí, lo digo orgullosamente, me he dado el gran regalo de darme un tiempo y llorar abiertamente. Digamos que, llorando, he enfrentado el gran temor que me daba hacerlo.
Con esto no pretendo que nadie venga y me diga cosas como: "¿A quien hay que madrear?"; "Necesitas salir más y no quedarte sola"; "Seguro estás deprimida, que te manden chochos", y la peor "Pobrecita, no llores, ¿que te pasa?". Y les voy a decir porque no necesito esa clase de comentarios (digo, aunque agradezco su buena intención). No lo necesito porque este proceso lo estoy disfrutando y he aprendido que lagrimear un poco es tan valioso como sonreír.
Así que básicamente, no se preocupen si me ven con ojos de sapo algún día (aunque les prometo que me pondré todas las compresas de té de manzanilla que sean necesarias para que no se note tanto), porque llorar es parte de crecer. Y yo estoy creciendo emocionalmente. Me estoy preparando y estoy limpiando para dejar mente y corazón impecables para todo lo bueno que está tocando mi puerta.
Así que parecía que todo iba viento en popa. En esta semana estuve saliendo con mis amigas, trabajando muchísimo, sonriendo siempre y teniendo una excelentísima actitud. Jamás salí de mi casa hecha una piltrafa (antes muerta que sencilla, obvio) y no hubo un momento en que se asomara ni rastro de desánimo.
Excepto que hubo días en que no pude dormir... ya sé, Morfeo es especialista en dejarme plantada algunas noches. Pero cuando por fin lograba conciliar el sueño, a eso de las 2 de la mañana, pasaba que me seguía hasta las 8 y evidentemente no me levantaba a hacer lo que en teoría me encanta: correr. Además, hubo días en que me sorprendí a mí misma sintiendo un nudo en la garganta, incluso por las situaciones más inverosímiles. Digamos que venía manejando la sensibilidad extrema y tenía una sensación horrible de vacío en el pecho, tanto frente a un niño de la calle, como ante la noticia de algún desaparecido.
"Equissssss", me decía, "No pasa nada, seguro es el tan famoso, conocido y odiado SPM o algo así meramente hormonal, digo, no sería raro, soy mujer". Pero no, no era. Ahora me doy cuenta que eran un chingo de sentimientos encontrados y guardados por ahí en un rincón. Ocultos tan bien, que hasta parecía que habían desaparecido.
El miércoles estaba acomodando tranquilamente unas fotos y videos, cuando de repente me tope con un regalo que alguien me hizo en un cumpleaños. El regalo consistía en un video con las mañanitas tocadas magistralmente por esa persona. Y sí, algo que pareciera tan insignificante, vino a hacer una revolución, abrió todos los cajones que se encontraban cerrados, y entonces sucedió. Me puse a llorar como Magdalena.
No, no fue ese llanto de drama, de desesperación, de capricho o enojo. Tampoco fue un llanto de tristeza o depresión, He tenido de todos, así que sé de lo que hablo. En esta ocasión fue diferente. Fueron lágrimas saliendo desde lo más recóndito de mi alma, silenciosas y constantes. Lloraba por todo y por nada a la vez, por los buenos recuerdos y por los malos, por quienes estaban y por quienes se habían adelantado en el camino. Eran lágrimas purificadoras, de esas que limpian la mente y el corazón. De esas que salen cuantiosamente y te hacen caer rendida y dormir profundamente, con la sensación de haber liberado muchas cosas, de haber soltado y de haber crecido, madurado.
Reconozco que, a partir de ese día, no he cerrado la llave y sí, lo digo orgullosamente, me he dado el gran regalo de darme un tiempo y llorar abiertamente. Digamos que, llorando, he enfrentado el gran temor que me daba hacerlo.
Con esto no pretendo que nadie venga y me diga cosas como: "¿A quien hay que madrear?"; "Necesitas salir más y no quedarte sola"; "Seguro estás deprimida, que te manden chochos", y la peor "Pobrecita, no llores, ¿que te pasa?". Y les voy a decir porque no necesito esa clase de comentarios (digo, aunque agradezco su buena intención). No lo necesito porque este proceso lo estoy disfrutando y he aprendido que lagrimear un poco es tan valioso como sonreír.
Así que básicamente, no se preocupen si me ven con ojos de sapo algún día (aunque les prometo que me pondré todas las compresas de té de manzanilla que sean necesarias para que no se note tanto), porque llorar es parte de crecer. Y yo estoy creciendo emocionalmente. Me estoy preparando y estoy limpiando para dejar mente y corazón impecables para todo lo bueno que está tocando mi puerta.
Mocos y mas mocos! :P
ResponderEliminar:')
ResponderEliminarVoy a recomendarte que vayas a un lugar o escojas hacer alguna cosa que tu creas no haberte imaginado hacer un paseo en caballo al aire libre, un vuelo en globo o irte a un concierto de musica clasica ... Toda esa catarxis tambien ayuda a solventarla haciendo cosas diferentes :) besos ginivi querida
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