Es imposible... es imposible seguir con algo que lastima,
que hiere, que mortifica. Ella lo sabía desde el principio, desde el día en que lo conoció y conversaron. Nunca hubo mentiras y nunca hubo secretos. Todo fue tan transparente que nunca supo como terminó enredada entre sus brazos y metida bajo sus sábanas, tratando de ignorar lo que ya sabía.
Tampoco entendió cómo terminó enamorándose de ese hombre hasta el punto en que él terminó convirtiéndose en su todo, en el motor que le daba vida. No importaban esas reglas que, sin ser escritas, eran evidentes: nunca llamarlo sino esperar a que él llamara; estar siempre disponible para cuando él quisiera, siempre bella, siempre sonriente, siempre dispuesta a escuchar, siempre ansiosa de meterse a la cama, siempre deseosa de complacerlo, y sobre todo, siempre estar consciente de que había otras prioridades que no tenían nada que ver con ella... porque en el fondo sabía que era una más, quizá la primera, quizá la última, pero no importaba. Sabía que no era la única.
Estar con él resultaba tormentoso pero al mismo tiempo era adictivo. Peor que una droga, peor que el alcohol, peor que la comida o el sexo. Con el paso del tiempo ella comenzó a marchitarse por dentro, se sentía completamente sola, y lo extrañaba cada día más. Trataba de darlo todo sin esperar nada a cambio, pero se engañaba a si misma porque sí esperaba, y quizá estaba esperando demasiado: una plática, un te quiero, un detalle o una muestra de afecto que la hiciera sentir un poco menos cosa y un poco más persona.
Así pasaban los días y ella sólo esperaba verlo, abrazarlo y besarlo por el simple hecho de amarlo. A cambio, recibía llamadas esporádicas, insinuaciones sexuales, ausencia en los momentos difíciles y horas de angustia esperando señales que no llegarían.
Llegó el día en que su corazón cansado, agotado y enamorado dejó de sentir. Se volvió sordo a las promesas que no se cumplirían, a los proyectos que nunca se realizarían, a las palabras de amor que otros le dirigían. Se quedó vacío, sin esperar nada, alimentándose solamente de manipulaciones, de desencantos, de ausencias, de palabras huecas y de desconocimiento. Vivía a base de ese poco, poquísimo que él le daba, mientras ella se consumía por dentro, sintiéndose cada día un poco más sola, desplazada y atormentada.
Hasta que finalmente ella murió, joven, espléndida y bella, pero con un corazón cansado y muerto desde hacía mucho tiempo atrás. Él ni siquiera supo de su muerte hasta días después que fue a buscarla impulsado por el deseo que ella le provocaba. El día en que la sepultaron la gente sólo la miraba, algunos con desprecio y otros cuantos con compasión. En el pasillo murmuraban: "Murió sola porque nunca dejó de ser la amante".
Tampoco entendió cómo terminó enamorándose de ese hombre hasta el punto en que él terminó convirtiéndose en su todo, en el motor que le daba vida. No importaban esas reglas que, sin ser escritas, eran evidentes: nunca llamarlo sino esperar a que él llamara; estar siempre disponible para cuando él quisiera, siempre bella, siempre sonriente, siempre dispuesta a escuchar, siempre ansiosa de meterse a la cama, siempre deseosa de complacerlo, y sobre todo, siempre estar consciente de que había otras prioridades que no tenían nada que ver con ella... porque en el fondo sabía que era una más, quizá la primera, quizá la última, pero no importaba. Sabía que no era la única.
Estar con él resultaba tormentoso pero al mismo tiempo era adictivo. Peor que una droga, peor que el alcohol, peor que la comida o el sexo. Con el paso del tiempo ella comenzó a marchitarse por dentro, se sentía completamente sola, y lo extrañaba cada día más. Trataba de darlo todo sin esperar nada a cambio, pero se engañaba a si misma porque sí esperaba, y quizá estaba esperando demasiado: una plática, un te quiero, un detalle o una muestra de afecto que la hiciera sentir un poco menos cosa y un poco más persona.
Así pasaban los días y ella sólo esperaba verlo, abrazarlo y besarlo por el simple hecho de amarlo. A cambio, recibía llamadas esporádicas, insinuaciones sexuales, ausencia en los momentos difíciles y horas de angustia esperando señales que no llegarían.
Llegó el día en que su corazón cansado, agotado y enamorado dejó de sentir. Se volvió sordo a las promesas que no se cumplirían, a los proyectos que nunca se realizarían, a las palabras de amor que otros le dirigían. Se quedó vacío, sin esperar nada, alimentándose solamente de manipulaciones, de desencantos, de ausencias, de palabras huecas y de desconocimiento. Vivía a base de ese poco, poquísimo que él le daba, mientras ella se consumía por dentro, sintiéndose cada día un poco más sola, desplazada y atormentada.
Hasta que finalmente ella murió, joven, espléndida y bella, pero con un corazón cansado y muerto desde hacía mucho tiempo atrás. Él ni siquiera supo de su muerte hasta días después que fue a buscarla impulsado por el deseo que ella le provocaba. El día en que la sepultaron la gente sólo la miraba, algunos con desprecio y otros cuantos con compasión. En el pasillo murmuraban: "Murió sola porque nunca dejó de ser la amante".
Nota: Esta historia se inspiró en muchas conversaciones que he tenido con diferentes mujeres que han tenido la confianza de compartirme que sufren en silencio por estar con un hombre que la sociedad considera prohibido. Al escribir esto, he decidido dejar de juzgarlas a ellas y a cualquiera otra de mi género por el sólo hecho de que son seres humanos que muchas veces actúan llevadas por sus arrebatados sentimientos.
U_U
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