lunes, 25 de enero de 2016

¿Para que llegaste?


¿Para qué llegaste si te ibas a ir tan pronto?

¿Para qué llenaste mi cabeza de palabras si éstas no iban a ser congruentes con tus acciones?

¿Para qué me hiciste sentir que podía contar con tu apoyo si no apareciste en el momento en que te necesitaba?

¿Para qué me pediste que confiara en ti si tú no ibas a tener la confianza de decirme las cosas de frente?

¿Para qué te conté mi vida si ibas a actuar como la última persona que me lastimó y desapareció sin decir nada?

¿Para qué me hiciste sentir especial y única cuando no lo era?

¿Para qué me hiciste sentir siquiera?

Tal vez por sexo, tal vez por lástima, tal vez por diversión, tal vez porque eres así… No importa.

Hoy dejaste mi corazón hecho pedazos y en esta ocasión, me costará mucho trabajo volver a unirlos.

No porque te ame demasiado. No porque esté aferrada a estar contigo. No porque te extrañe. No porque me intereses. No porque te quiera.

Simplemente porque volví a confiar y volví a abrirle mi corazón a alguien que no vale la pena.

miércoles, 20 de enero de 2016

¡Adiós cunita!

 
Mi nena ha crecido. Al día de hoy tiene 5 meses y a pesar de que es delgadita, es una bebita muy sana y muy fuerte.
Justo este día nos hemos deshecho de la cuna de colecho. Aún recuerdo con cuanto cariño la adquirí y la reunión que hicimos mis mejores amigas y yo para armarla. Sin ellas no lo hubiera logrado. ¡Estaba tan emocionada con la idea de que mi nena durmiera junto a mí y yo pudiera estar a su alcance por si necesitaba algo!
Así, llegó el día en que mi nena salió del hospital y nos fuimos a casa. ¡Por fin estrenaríamos la dichosa cuna! Sin embargo, mi hija solamente durmió ahí un par de semanas.
Nunca olvidaré que el primer día, entre la emoción y los nervios, olvidé poner el cubrebarrotes. Resultado: mi nena lloró toda la noche posiblemente porque tenía frío.
El segundo día, después de que mi mamá me puso tremenda regañada, puse el cubrebarrotes y tapé más a mi hija. Entonces empezó a darle una especie de tos que me preocupó muchísimo. Apenas habíamos salido del hospital y lo que menos quería era que mi hija se enfermara y tuviéramos que volver. Le llamé inmediatamente al pediatra y me dijo que pusiera una especie de mosquitero con tela calientita sobre su cuna, así que mi durante el resto de las dos semanas, mi nena dormía en una especie de búnker hecho con cobijas.
Yo seguía con la angustia de que cualquier cosa le pasara, así que dormía tomándola de la mano para cerciorarme de que estaba respirando o tocando su pechito.

Un buen día me armé de valor y dado que la notaba inquieta, decidí pasarla a mi cama (que afortunadamente es queen, porque créanlo o no, mi hija ocupa la mitad). ¿Cómo les explico que me daba pánico aplastarla? Pero obviamente eso no pasó. No pasó porque, aunque yo lo dudaba, estaba atenta a cualquier movimiento y sonido que hiciera mi pequeñita. Instinto materno le dicen.

A partir de esa fecha mi hija y yo siempre dormimos en mi cama. Cerquita una de la otra y muy calientitas. Esto me ha funcionado maravillosamente, pues puedo alimentarla por las noches y al sentirme cerca, mi nena empezó a dormir más de 5 horas seguidas por la noche y a distinguir el día de la noche.
Actualmente, cuando la dejo mucho tiempo sola porque me despierto y voy al baño, o porque ella se duerme antes y yo estoy ocupada haciendo labores del hogar, me busca y balbucea para que me acerque a ella.
Lo sé. Mátenme si quieren, pero resulta que ahora somos dependientes para dormir una con la otra. Y no, no me importa. Sé que llegará el día que quiera su espacio, que ya no desee que la cargue y que le moleste que la llene de  besos.
Mientras tanto, amo dormir con mi hijita y ambas fuimos muy felices diciéndole adiós a nuestra cunita de colecho que se queda como el recuerdo de la primera cosa que le compré a mi princesa con todo mi amor de mamá.