lunes, 30 de junio de 2014

La historia de una amante...

Es imposible... es imposible seguir con algo que lastima, que hiere, que mortifica. Ella lo sabía desde el principio, desde el día en que lo conoció y conversaron. Nunca hubo mentiras y nunca hubo secretos. Todo fue tan transparente que nunca supo como terminó enredada entre sus brazos y metida bajo sus sábanas, tratando de ignorar lo que ya sabía.

Tampoco entendió cómo terminó enamorándose de ese hombre hasta el punto en que él terminó convirtiéndose en su todo, en el motor que le daba vida. No importaban esas reglas que, sin ser escritas, eran evidentes: nunca llamarlo sino esperar a que él llamara; estar siempre disponible para cuando él quisiera, siempre bella, siempre sonriente, siempre dispuesta a escuchar, siempre ansiosa de meterse a la cama, siempre deseosa de complacerlo, y sobre todo, siempre estar consciente de que había otras prioridades que no tenían nada que ver con ella... porque en el fondo sabía que era una más, quizá la primera, quizá la última, pero no importaba. Sabía que no era la única.

Estar con él resultaba tormentoso pero al mismo tiempo era adictivo. Peor que una droga, peor que el alcohol, peor que la comida o el sexo. Con el paso del tiempo ella comenzó a marchitarse por dentro, se sentía completamente sola, y lo extrañaba cada día más. Trataba de darlo todo sin esperar nada a cambio, pero se engañaba a si misma porque sí esperaba, y quizá estaba esperando demasiado: una plática, un te quiero, un detalle o una muestra de afecto que la hiciera sentir un poco menos cosa y un poco más persona.

Así pasaban los días y ella sólo esperaba verlo, abrazarlo y besarlo por el simple hecho de amarlo. A cambio, recibía llamadas esporádicas, insinuaciones sexuales, ausencia en los momentos difíciles y horas de angustia esperando señales que no llegarían.

Llegó el día en que su corazón cansado, agotado y enamorado dejó de sentir. Se volvió sordo a las promesas que no se cumplirían, a los proyectos que nunca se realizarían, a las palabras de amor que otros le dirigían. Se quedó vacío, sin esperar nada, alimentándose solamente de manipulaciones, de desencantos, de ausencias, de palabras huecas y de desconocimiento. Vivía a base de ese poco, poquísimo que él le daba, mientras ella se consumía por dentro, sintiéndose cada día un poco más sola, desplazada y atormentada.

Hasta que finalmente ella murió, joven, espléndida y bella, pero con un corazón cansado y muerto desde hacía mucho tiempo atrás. Él ni siquiera supo de su muerte hasta días después que fue a buscarla impulsado por el deseo que ella le provocaba. El día en que la sepultaron la gente sólo la miraba, algunos con desprecio y otros cuantos con compasión. En el pasillo murmuraban: "Murió sola porque nunca dejó de ser la amante".
Nota: Esta historia se inspiró en muchas conversaciones que he tenido con diferentes mujeres que han tenido la confianza de compartirme que sufren en silencio por estar con un hombre que la sociedad considera prohibido. Al escribir esto, he decidido dejar de juzgarlas a ellas y a cualquiera otra de mi género por el sólo hecho de que son seres humanos que muchas veces actúan llevadas por sus arrebatados sentimientos.

jueves, 19 de junio de 2014

La puerta...


"La puerta se cerró detrás de ti... y nunca más volviste a aparecer..."

Mientras a lo lejos sonaban las notas de esa canción, la recordé. Tan blanca (o quizá no tanto), con sus profundas vetas perfectamente delineadas, tan diferente al resto de las que adornaban el apartamento, y al mismo tiempo tan perfecta. Sin duda, esa era "la puerta".

Algún día la habías tocado y me habías dicho que esa puerta te gustaba. Incluso me dijiste que algún día yo la tocaría y entendería todo lo que ella encerraba. A pesar de que no te entendía lo que querías decir, te creía... Sí, definitivamente creía ciegamente en ti.

Así pasaron los días con sus noches y por alguna extraña razón no me atrevía a tocar la dichosa puerta de la misma manera que tu lo habías hecho algún día. En el fondo, lo que tenía era un profundo temor porque no sabía lo que encerraba y no quería equivocarme al sentirla.
 
Más de una vez me preguntaste si ya había sentido la puerta, más de una vez contesté que no y tú siempre decías que llegaría el momento en que la acariciaría, entendería su sentido y descubriría sus secretos.
 
Y ese día llegó. Como todo, cuando menos lo esperé, me descubrí a mi misma delineando con mis dedos cada línea, cada zurco. Y entonces la sentí. Sentí una energía particular que me hablaba de amores ocultos, de encuentros apasionados, de momentos inconclusos, de tristes desengaños, de corazones entrelazados, de risas y de llantos. Era como si la puerta hubiera trascendido al tiempo y se hubiera encargado de recopilar cada historia de amor de la que había sido testigo y que guardaba sigilosamente.

Fue entonces que quedé maravillada con esa puerta. Me maravillaba por ser contadora de historias, por ser especial, por ser única, por ser tuya y mía, por ser nuestra y porque guardaba cada beso, cada caricia, cada palabra, cada "te amo", cada locura compartida...

Mientras la observaba, la sentía y la escuchaba, me acordé de tus palabras... y te extrañé. Me hacía falta que estuvieras aquí para tomarnos de la mano y tocar esa puerta juntos.
 
Tal vez algún día lo haríamos y nuestros caminos quedarían infinitamente entrelazados... Y entonces la puerta contaría la historia de estos dos locos que se amaron hasta el infinito.
 
Tal vez... solo si te decidieras a volver...

Pd. Quería ilustrar esto con la foto de nuestra puerta... pero decidí que por siempre, sería tuya y mía, de nadie más.