jueves, 1 de mayo de 2014

Crónica de una noche de tristeza...

Desperté sola, como todos los días. Parecía que todo seguía igual. Los sonidos, los olores, el ambiente, las cosas dispuestas de forma desordenada, el tic tac del reloj que marcaba la eternidad...

Quizá la única diferencia era que ahora esa presencia tuya que había inundado el ambiente y cada rincón de mi espacio, ya no estaría más. Quizá, en realidad, nunca habías estado o tal vez la noche, que me había parecido tan larga, te había llevado con ella.

Me levanté de la cama con esa sensación que se tiene en la boca del estómago cuando has perdido algo... O a alguien. Sin embargo, al mismo tiempo me repetía que no podía perder algo que posiblemente nunca había tenido. Que no podía añorar lo que no existía. Que la historia era tan corta que seguramente había sido tan sólo un sueño. 

Quizá, en el fondo, eso deseaba: que todo hubiera sido un sueño. Dormir tanto que, al despertar, los instantes no hubieran existido jamás... ni los besos, ni las conversaciones, ni las canciones, ni las caricias... 

Pero, a quien trataba de engañar cuando todo había estado ahí, la casa aún conservaba tu aroma y ahora era demasiado tarde para advertirle a un corazón atolondrado que tuviera cuidado.

Mientras tomaba un café y las lágrimas corrían por mis mejillas, deseaba haber sido precavida y no tener sentimientos. Me reprochaba a mi misma el no ser lo suficientemente fría, hueca o vacía para sólo disfrutar y divertirme.

En mi defensa, mi corazón gritaba que cada vez que lo intentaba, de tu boca salían palabras que sólo hacían que me enamorara más y más. Y vaya que me enamoraba de forma absurdamente inexperta a pesar de las circunstancias, a pesar de la razón que más de una vez me pidió que me detuviera,  e incluso a pesar de mí misma. 

Esta noche todo había terminado. La razón por fin había ganado la batalla y ahora el corazón lloraba su derrota. En una especie de arranque yo había decidido ponerle fin y ahora yo misma lo estaba sufriendo. Lloraba por lo que había sido, por lo que no era, por lo que pudo ser y me dolía estar renunciando a quien me había regalado tantos momentos felices a su lado. 

Regresé a la cama, siempre vacía. Pensé en tus abrazos y sentí que los necesitaba. Quería recostarme en tu pecho, igual que la última vez. Quería sentirme envuelta en el amor y seguridad que me proporcionabas. Y te extrañé mientras pensaba que quizá sólo habías aparecido para recordarme que mis "te quiero" y "te amo" siguen saliendo de mi corazón y no solamente de mi boca, y que hacer el amor es mucho mejor que tener sólo sexo.

Me metí bajo las sábanas, me recosté en las almohadas humedecidas por el llanto y me acurruqué como un bebé, deseando con todas mis fuerzas dormir tanto que los días pasaran rápido y pudiera olvidar tu partida. Cerré los ojos. A lo lejos se escuchaba de nuevo el tic-tac del reloj que no paraba y que seguía marcando la eternidad.

PD. Alguien muy cercano vivió esta historia... tuve que reconocer que, a veces, yo me he sentido así.